PORTADA
QUIÉN ERA PLUTARCO?
VIDAS
PARALELAS
Los personajes
1. Teseo
& Rómulo
2. Licurgo & Numa
Pompilio
3. Solón & Publícola
4. Temístocles &
Camilo
5. Pericles & Fabio
Máximo
6. Coriolano & Alcibíades
7. Emilio Paulo & Timoleón
8. Pelópidas & Marcelo
9. Arístides & Catón
10. Filopemen & Tito
11. Pirro & Cayo
Mario
12. Lisandro & Sila
13. Cimón & Lúculo
14. Nicias & Craso
15. Alejandro & Julio
César
16. Agesilao & Pompeyo
17. Sertorio & Eumenes
18. Foción & Catón
el Joven
19. Agis y Cleómenes
& Tiberio y Gaio
Graco
20. Demóstenes &
Cicerón
21. Demetrio & Antonio
22. Dión & Bruto
23. Artajerjes y Arato
& Galba y Otón
SOLÓN
I. Dídimo el Gramático, en su comentario contra Asclepíades de las tablas de Solón, trae el aserto de cierto Filocles en que se da a Euforión por padre de Solón, contra el sentir común de todos cuantos han hecho mención de este legislador, porque todos a una voz dicen que fue hijo de Execéstidas, varón que en la hacienda y poder sólo gozaba de una medianía entre sus ciudadanos; pero de una casa muy principal en linaje, por cuanto descendía de Codro. De la madre de Solón refiere Heraclides Póntico que era prima de la de Pisístrato; y al principio hubo gran amistad entre los dos por el parentesco y por la buena disposición y belleza, estando enamorado Solón de Pisístrato, según la relación de algunos. Por esta razón probablemente cuando más adelante se suscitó diferencia entre ambos acerca de las cosas públicas, nunca la enemistad produjo grandes desazones, sino que duró en sus almas aquella primera inclinación, la cual mantuvo la memoria y cariño antiguo, como llama todavía viva de un gran fuego. Por otra parte, que Solón no se dominaba en punto a inclinaciones desordenadas, ni era fuerte para contrarrestar al amor como con mano de atleta, puede muy bien colegirse de sus poemas, y de la ley que hizo prohibiendo a los esclavos el usar de ungüentos y el requerir de amores a los jóvenes, pues parece que puso ésta entre las honestas y loables inclinaciones, y que con repeler de ella a los indignos convidaba a los que no tenía por tales. Dícese también de Pisístrato que tuvo amores con Carmo, y que consagró en la Academia la estatua del Amor, donde toman el fuego los que corren el hacha sagrada.
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PERICLES
I. Viendo César en Roma
ciertos forasteros ricos que se complacían en tomar y llevar en
brazos perritos y monitos pequeños, les preguntó, según parece,
si las mujeres en su tierra no parían niños; reprendiendo por
este término, de una manera verdaderamente imperatoria, a los
que la inclinación natural que hay en nosotros al amor y afecto
familiar, debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.
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OVIDIO
Clásico Romano autor de Ars Amandi
POLIBIO
El historiador más prestigioso de la antigüedad
SOFOCLES
Poeta y padre del Teatro Clásico
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COMPARACIÓN DE DIÓN Y BRUTO
I. Siendo muchos los bienes de todo género que en estos
dos varones se acumularon, el que puede contarse por primero,
que es haber llegado a ser grandes de pequeños principios,
esto sobresale más en Dion, porque no tuvo quien con él
concurriese, como tuvo Bruto a Casio, el cual, aunque en la virtud
y en la opinión no le era comparable, en valor, pericia
y hazañas no puso para la guerra menor parte; y aun algunos
a él es a quien atribuyen el principio de la empresa, diciendo
haber sido autor e instigador del pensamiento contra César
respecto de Bruto, que por sí a nada se movía. Dion,
así como las armas, las naves y las tropas, igualmente
parece que puso por sí mismo solo los amigos y los colaboradores
de la obra. Ni allegó tampoco Dion, como Bruto, riqueza
y poder de los negocios mismos y de la guerra, sino que invirtió
en la guerra su riqueza propia, consagrando a la libertad de sus
conciudadanos los medios que tuvo para subsistir en su destierro.
Además, Bruto y Casio, echados de Roma, no siéndoles
dado permanecer en reposo, cuando ya eran perseguidos como reos
de pena capital, por necesidad recurrieron a la guerra, y confiando
sus personas a las armas, más puede decirse que se expusieron
a los peligros por sí mismos que por sus conciudadanos;
pero Dion, pasando en el destierro una vida más extensa
y placentera que el tirano que le desterraba, voluntariamente
abrazó el peligro por salvar a la Sicilia.
II. No era tampoco igual beneficio que redimir a los Siracusanos
de Dionisio el libertar de César a los Romanos, porque
aquel ni siquiera negaba que era tirano, y llenaba la Sicilia
de infinitos males; pero el Imperio de César, si al formarse
se hizo sentir a los que se le oponían, para los que ya
le habían dado entrada y le estaban sometidos no tenía
de tiránico más que el nombre y la idea, sin que
se hubiese visto de él obra ninguna de crueldad o tiranía,
y antes hizo ver que siendo en el estado de las cosas necesaria
la monarquía, fue dado por algún buen genio como
el médico más suave y benigno. Así es que,
César inmediatamente lo echó de menos el pueblo
romano, hasta el término de hacerse terrible e irreconciliable
a los que le dieron muerte, y, por el contrario, para Dion fue
un grave cargo ante sus conciudadanos la evasión de Dionisio,
y el no haber permitido violar el sepulcro del primer tirano.
III. En las mismas acciones de guerra Dion se mostró siempre
un general irreprensible, dirigiendo perfectamente las que él
dispuso y enmendando y corrigiendo las que otros habían
desgraciado, mientras que Bruto, aun respecto del último
combate en que se aventuró todo, parece que ni se arrojó
a él con prudencia ni encontró enmienda al descalabro;
sino que luego perdió y abandonó toda esperanza,
no tratando ni siquiera, como Pompeyo, de probar fortuna, y esto
sin embargo de que aun le quedaban medios de confiar en las mismas
armas y de que con sus naves dominaba seguramente todo el mar.
Lo que más se ha reprendido en Bruto, es el que, habiendo
debido la vida al favor de César, y salvando a cuantos
quiso, siendo uno de sus amigos, preferido en los honores a muchos,
hubiese puesto manos en su persona, esto ciertamente no habrá
nadie que lo diga de Dion, sino más lo contrario, pues
siendo deudo de Dionisio, mientras se mantuvo en su amistad dirigió
y promovió sus intereses; pero después de ser desterrado
de su patria, ofendido en su mujer y privado de su patrimonio,
tuvo ya manifiestas causas para una guerra justa y legítima.
Pero esto, en primer lugar, ¿no puede convertirse y valer
en sentido contrario? Porque lo que cede en la mayor alabanza
de los hombres, que es el odio a la tiranía y la aversión
a toda maldad, esto en nadie se vio más claro ni con mayor
pureza que en Bruto, el cual, no teniendo en particular nada por
qué quejarse de César, sólo se expuso por
la pública libertad: y Dion, a no haber sido personalmente
injuriado, no habría hecho la guerra; lo que aparece con
mayor claridad de las cartas de Platón, por las que se
ve que a Dionisio lo destruyó Dion arrojado de la tiranía,
no retirándose él de ella. Mas a Bruto fue el bien
público el que lo hizo amigo de Pompeyo y enemigo de César,
poniendo siempre en sola la justicia el término de su odio
o de su amor; pero Dion hizo muchas cosas en servicio de Dionisio,
mientras éste se puso en sus manos, y cuando desconfió
de él, por enojo le movió la guerra. Por lo mismo,
no todos sus amigos tuvieron por cierto que no aseguraría
y consolidaría para sí el imperio, destruido Dionisio,
halagando a los ciudadanos con un nombre más blando de
tiranía; cuando en orden a Bruto, aun de boca de sus mismos
enemigos se oía que de cuantos conjuraron contra César,
él sólo no se propuso desde el principio hasta el
fin otro objeto que el de restituir a los romanos su patria y
legítimo gobierno.
IV. Aun sin esto, el combate contra Dionisio no era lo mismo
que el combate contra César, porque a Dionisio no había
ninguno, aun de sus más íntimos amigos, que no lo
despreciase, viéndole pasar la mayor parte del tiempo en
beber, en el juego y en el trato con mujerzuelas; pero el meditar
la ruina de César, y no asustarse del talento, del poder
y de la fortuna de aquel cuyo nombre sólo no dejaba dormir
a los reyes de los Partos y a los Indios, era de un alma superior
y dotada de tales alientos que con ella nada pudiera el miedo.
Por lo mismo, con sólo aparecerse Dion en la Sicilia se
rebelaron millares y millares contra Dionisio, mientras que cuando
la gloria de César, aun después de muerto, erigió
a sus amigos, y su nombre al que lo tomó, de un joven sin
medios lo elevó al punto a ser el primero de los Romanos,
convirtiéndose luego en una especie de encanto contra la
enemistad y el poder de Antonio. Si dijese alguno que Dion no
expulsó al tirano sino en fuerza de grandes y repetidos
combates, habiendo dado Bruto muerte a César desarmado
y sin guardias, esto mismo fue obra de una inteligencia suma y
de una consumada pericia, sorprender cuando estaba sin armas y
sin guardias a un hombre rodeado de tan inmenso poder; pues no
le dio muerte súbitamente cayendo sobre él sólo
o con pocos, sino habiendo concertado el plan mucho antes, y tratándolo
con muchos, de los cuales ninguno le faltó; porque o desde
luego distinguió quiénes eran los de más
probidad, o con ponerlos en la confianza los hizo virtuosos. Mas
Dion, o por falta de aquel discernimiento se confió a hombres
malos, o con valerse de ellos los tornó malos de buenos
que antes eran; y al varón prudente no está bien
le suceda ni lo uno ni lo otro; así Platón le reprendió
de haber elegido tales amigos, que al cabo le perdieron.
V. Finalmente, Dion en su muerte nadie encontró que volviera
por él; y a Bruto, de sus enemigos, Antonio le sepultó
decorosamente, y César le conservó sus honores.
Había una estatua suya de bronce en Milán de la
Galia Cisalpina; viola tiempo después César, hallando
que era muy parecida y de bella ejecución. Pasó
adelante; pero luego, parándose ante ella, hizo llamar
a presencia de muchos a los magistrados, y les dijo habían
faltado a las estipulaciones con que tomara su ciudad, teniendo
dentro de ella a un enemigo suyo. Negáronlo al principio,
como era natural, y después se miraron unos a otros dudando
por quién lo diría, pero cuando, volviéndose
César hacia la estatua y arrugando las cejas, les dijo:
Pues éste, siendo mi enemigo, ¿no está
aquí colocado?, entonces todavía se sobrecogieron
más y callaron, y él, sonriéndose, celebró
a los galos, porque se conservaban fieles a sus amigos sin atender
a la fortuna, y mandó que la estatua quedara en su puesto.
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